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Año 1958. Todo sería perfecto, nos encontraríamos en el país soñado por todos, si no fuera porque el dictador Fulgencio Batista, también conocido como ¨El Hombre¨, mantiene estrictamente el poder bajo su mando, bajo unas reglas totalmente contrarias a la definición de libertad, al sueño de libertas. El silencio y la sospecha reinan las calles, nadie tararea canciones alegres ni nadie sabe cuándo el ejército va a atacar bajo la orden de matar a todo transeúnte que se cruce en su camino. Ningún anciano lanza piropos a las jovencitas de faldas por las rodillas, demasiado cortas para la época, se mantienen callados y en sus sillas de madera roída. Los grupos de gente bailando a los que se acostumbraba en La Habana son un mero y simple recuerdo del pasado, las reuniones ya no están permitidas.

Pero existen pequeños grupos rebeldes que se niegan a dejar la música a un lado, pequeños grupos que luchan por un nuevo régimen y una nueva político, que esperan con ansia un futuro mejor, un futuro libre. Pequeños nightclubs a los que nadie presta atención, pero que reinan en el trasfondo la ciudad, lugar en el que se reúnen los ciudadanos de La Habana para olvidarse de sus problemas y dedicarse al completo al baile, ese gran baile que posee el poder de aislar a la mente de todo hecho inaceptable, que permite a los cuerpos sudar, mezclarse y disfrutar de la compañía y el sonido retumbante de los altavoces. Todo aquello a escondidas de la política, a riesgo de ser descubiertos y mandados a los calabozos durante noches y noches, incluso a ser fusilados en la esquina de una calle.

Muchos extranjeros han decidido viajar a Cuba en busca de nuevas riquezas, en busca de nuevos negocios, en busca de un lugar en pleno desarrollo al cuál poder sacar provecho. La ciudad está poblada de niños ricos con polos azules, de niñas de papá con faldas y tacones, pero también quedan los nativos, los cubanos, sumidos en una gran pobreza que no les deja más que un trozo de pan al día para alimentar toda una familia. Pero estos nativos permanecen alegres, sin mezclarse con la riqueza ni con su grupo de recién llegados que aumentan la diferencia entre las clases sociales. Los pobres por un lado, los nativos por otro… ¿habrá algo que logre juntar a dos tipos de personas tan distintos?

Mojitos, mambo, cha-cha-chá, casa antiguas… La Habana se niega a perder su antiguo fulgor, los barrios no aceptan un no por respuesta a la pregunta de si seguirán moviendo el cuerpo al son de una guitarra, las clases ricas se niegan a mezclarse con las impopulares, con las barriobajeras…

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