Sorpresa! [Tom y Lermi]

El trabajo de actor era tan bonito como agotador. Que si rodamos aquí, que si rodamos allá, que si haz las maletas, vuelve a deshacerlas, vente para aquí, vete para allá, sácate unas fotos, cita a tu manager. Blah, blah, blah. Llevaba meses en busca del momento 'vacaciones'. Aquello de poder levantarme a la hora que me diera la gana por la mañana y pasarme el día tirado a la bartola en el sofá, acoplando el desayuno con la merienda y paseando por la ciudad a mi antojo era algo que echaba muchísimo de menos en los momentos de cansancio entre rodajes.
Mi plan era fijo aquel día: dormir hasta la hora de comer y pasearme por aquella maravillosa ciudad en busca de un lugar para comer a la hora de la merienda. Así que eso fue lo que hice. Me levanté a las 14h30 cegado por los rayos de sol que inundaron la habitación por culpa de una persiana mal cerrada (sí, había sido demasiado perezoso como para cerrarla del todo la noche anterior). Me senté sobre la cama sin muchas intenciones de levantarme y menos ganas tuve aún de hacerlo al percatarme de toda la ropa que tenía tirada por ahí.
Tardé cerca de dos horas en levantarme y ducharme pero para las 17h conseguí estar en el centro de la ciudad, listo para llenar mi barriga de deliciosa comida. Aparqué en un subterráneo y la inspiración divina me llegó en el ascensor del mismo, cuando me disponía a salir a la calle. ¿No acababa el pequeño Tom Fletcher de mudarse a L.A. con toda su banda? ¿Y no estaba el tocapelotas de Logan Lerman por la ciudad también?
'Querido, cambio de planes'. Cogí el móvil y escribí rápidamente un sms que después enviaría a ambos. 'Sé que estás en la ciudad, no rehuyas, ¡cobarde! Nos vemos en el centro a las 18h '. Madre de Dios, no recordaba aquella faceta tan perezosa de mí mismo. Con lo inquieto que solía ser normalmente, lo vago y sedentario que me estaba convirtiendo derrepente. Me puse las Ray-ban negras, mis favoritas, y me acerqué al McDonald's en busca de comida basura con la que llenar de mierda mi organismo mientras aquellos dos 'maricas' como les llamaba yo se dejaban ver el pelo por allí.

No había nada como comer frente al ordenador. Me había levantado al mediodía, sobre las tres de la tarde. Joder, aquello era vida. Ahora que no teníamos nada que hacer, respecto a conciertos, eventos, etc., estaba haciendo más el vago que cualquier otro día de mi vida. Como buen londinense, siempre me había levantado a horas tempranas como las nueve, las diez... Había comido temprano y a las ocho como muy tarde ya estaba cenando, pero, sin duda alguna, el trabajar con lo que a mí me gustaba y tener tiempo libre para hacer lo que quisiera, ahora estaba aprovechándolo más que nunca.
Era hacer maniobras eso de tener el portátil sobre el escritorio de mi habitación y tener un plato de macarrones justo al lado del teclado. ¿Pero qué le íbamos a hacer? Llevábamos días acostándonos a las tantas y levantándonos de forma independiente cuando nuestro cuerpo pedía ir corriendo al baño o coger algo para comer. Lo más decente que habíamos hecho aquella semana para comer había sido una mísera sopa. La próxima mañana, sin duda, me encargaría de eso de hacer compras, pues cenar cada día pizza o fritanga me haría volver a coger todos los kilos que había conseguido perder.
Mientras cotilleaba el Tumblr, posteaba algo y iniciaba algún juego en el ordenador como el WoW o el Brother in Arms, el plato iba vaciándose poco a poco, con cuidado con que ni un macarrón que otro cayera sobre las teclas y las dejara pringosas.
Fue cuando, a una hora que ni sabía pues había perdido la noción del tiempo tanto que mi comida ya estaba fría, recibí un sms que me hizo bajar a la Tierra.
"Sé que estás en la ciudad, no rehuyas, ¡cobarde! Nos vemos en el centro a las 18h *emoticono cutre de Sony Ericsson*".
Fruncí ligeramente el ceño, pensando en qué jodida hora era para quedar con... Ostias, Michael. Era tan idiota que todavía no le había dicho que ya nos habíamos mudado...
No recordaba el día en que lo conocí, pero fue hace mucho, antes de que trabajara en la serie de Vampire Diaries. Decir el año, el mes y el día sería una gilipollez que además no recordaba, pero hasta donde llegaba mi memoria, Michael y yo nos habíamos conocido anteriormente en Australia, cuando McFly todavía era una banda que sólo conocía Reino Unido y nos habíamos ido todos de vacaciones a Oceanía. Por aquel entonces ni yo conocía su vocación ni él la mía, y mira dónde habíamos acabado... Resultaba tan irónico. Madre mía.
Me sentí repentinamente mal por no haberle avisado, y mis macarrones ya estaba adaptando una forma un tanto chunga, el tomate se estaba quedando pegajoso y ya no tenía apetito, así que dejé el plato en la cocina, volví a subir al piso de arriba a mi habitación, entré en mi baño personal, me aseé, me limpié los dientes como unos cinco minutos -me gustaba limpiarme los dientes y fingir que tenía la rabia con la pasta de dientes, no sé por qué-, me preparé poniéndome unas converses negras, unos pantalones de tiro bajo, una camiseta de tirantes blanca y una camisa a cuadros por encima abierta.
Iba caminando tranquilamente por la Ciudad, con las Ray Ban en mis ojos y la música en mi mente cuando caí en la cuenta que el despistado de Michael no me había dicho dónde quedar, así que, por no dar vueltas como tonto por una ciudad que no conocía, me quedé quieto en una de las calles llenas de tiendas Outlet, enviándole un mensaje.
Y, ahora que caía... ¿Y él que coño hacía aquí si con la serie no se movía de Atlanta?

Estaba durmiendo muy agusto, hacía varios días que no rodaba y mi cuerpo lo empezaba a notar, ahora sólo tenia que acudir a galas y hacer cosas para salir en portadas de revistas. Cosa que no era muy difícil, ya que la prensa se empeñaba siempre en emparejar a los famosos con todo el mundo. Qué sería lo próximo...¿Parejas zoofilicas?
De pronto algo sonó pero no le di mucha importancia, seguramente sería un mensaje de la compañía telefónica diciéndome que había ganado un ferrari o algo así. Por lo que seguí abrazando al gato. Pero un momento...¡YO NO TENÏA GATO! Empecé a gritar como una adolescente locaza y el gato salto de la cama asustado. ¿Dónde cojones estaba? Mi casa desde luego que no era, pero por suerte. Aparte de mi querido compañero felino y yo la casa parecía vacía. Así que me vestí a prisa y corriendo y salí de la casa lo antes posible.
Y por fin llegué a la calle, ahora sólo faltaba esquivar a los paparazzi. A los paparazzi o cualquier tonto con un móvil con cámara y ganas de joder. Pero yo tenía un plan, no defraudaría a todos mis ancestros vikingos, ni al dulce gatito que acababa de conocer.
El plan consistía en lo siguiente, tenía que hacer como sí hubiese salido por algún motivo especifico. Así que me metí en el primer establecimiento que encontré.
Entre y empecé a mirar los alrededores...¡VENDíAN JAMONES Y YO ERA JUDÍO! Así que volví a correr horrorizado por las vistas y recé por mi alma y por la de los pobres hombres no circuncisos que hacían esas barbaridades a un nomble animal: el cerdo.
Le robé el taxi a alguien que lo necesitaba más que yo, y una vez dentro del taxi leí un mensaje, me reclamaban ene l centro de la ciudad, y mi deber como superheroe era asistir al pobre Mike, el turista, THE TOURIST. Bueno, ese chiste era malo, así que no lo haría al llegar.
Llegué al centro, pagué al taxista. Y mire mi reloj, era mas o menos la hora. Me peiné el flequillo con los dedos y entré al McDonalds para pedir algo y ahcer como que llevaba ya un rato pululando por la zona.

Entré al McDonald’s con la esperanza de que no hubiera ninguna fan de The Vampire Diaries que pudiera enloquecer ante mi presencia. Ninguna buena moza que pudiera comenzar a gritar hasta el punto de ensordecer a todo hijo de padre allí presente. Nadie que pudiera pedirme que le firmara las tetas mientras saltara sobre mí y me arrancara las extremidades en un descuido.
Sumido en mis pensamientos y con aquella esperanza ya citada, conseguí llegar al mostrador del restaurante de aquella cadena tan famosa de comida rápida a la que acababan de dar la Q de calidad, cosa que aún no llegaba a comprender muy bien cómo. Para mi sorpresa, me encontré a una joven rubia de estatura media, con una raya negra mal pintada que disimulaba su ojo bizco –de cuya presencia me percaté después de un rato-, con un escote que me pareció un tanto grande para tratarse de la camiseta que llevaban también los demás trabajadores –estos ya de pelo en pecho, dicho sea de paso-, que me preguntó con un gesto no muy amistoso que supuse se debía a las diversas horas que ya habría pasado la muchacha allí, qué deseaba tomar.
Yo, inocentonamente, le pedí un Happy Meal insistiendo en que no me pusieran pepinillo en la hamburguesa aun siendo consciente de que me la pondrían igual, un Petit Suise, seis nuggets de pollo, patatas fritas y una Coca-Cola. A lo que la señorita me respondió poniendo los ojos en blanco y señalando la pequeña pantalla que ponía cuánto debía pagarle por su servicio y la comida mientras se giraba para hacer el pedido a la cocina.
Para cuando sumé el dinero justo que debía darle en efectivo y lo deposité sobre el mostrador, ella ya había puesto mi comida del día frente mi cara y había pedido al siguiente cliente que pasara. La espera se me había hecho tan corta como el tiempo que habría durado Justin Bieber delante de Carmen de Mairena sin ser violado.
Me senté en una de aquellas mesas de plástico cerca de la entrada, disfrutando de la poca originalidad en cuanto al decorado que tenía el lugar y pensando en cuan bien le sentaría toda aquella fritanga a mi estómago.
Para cuando caí en la cuenta me había terminado toda la comida y estaba dando el último sorbo sonoro al refresco. De pronto me fijé en una figura que entraba con total indiferencia al establecimiento y se me hizo conocida. ¿Cómo no se me iba a hacer conocida? Era Logan Lerman, chavales. Me levanté un poco de tal manera que mi cuerpo tomó una postura en la que no estaba ni de pie ni sentado y alcé un brazo para saludarle esperando a que cayera en la cuenta de que se trataba de mí, sin querer ponerme a gritar su nombre y montar un numerito para que la rubia de antes me echara a la calle. Aunque, eh. Aquello era L.A... Debían estar acostumbrados a los números públicos.
Tras varios segundos de espera y ya que Lermi se quedó de espaldas hacia mí y sin haberse dado cuenta de que yo estaba allí, me levanté y caminé hacia él para saltar sobre su espalda apoyándome sobre sus hombros.
-¡Sorpresa! -aquel grito saliendo de mi boca justo al lado de su oreja debió haberle dejado un pitido durante varios segundos. Excelente.